lunes, 29 de septiembre de 2014

Un viaje para aprender






Hoy, sentada en un autobús, voy perdida entre la muchedumbre. Muchedumbre que asiste, con prisas, a una cita con su rutina. Las caras no son muy alentadoras, las ganas se revuelcan por el suelo y la indiferencia y el desgaste del ayer, se dibuja en cada rostro. Me pregunto cómo es posible que el ser humano llegue a ver la vida como una página más, de un libro que tenemos que leer por obligación, porque esa es la sensación que me transmite lo que veo.

Intento no dejarme llevar por un pesimismo desbordado y observo los pequeños detalles que merecen la pena dentro de este vehículo. Una chica sonríe, mira el móvil y escribe sin parar. Debe tener unos veinte años, la edad perfecta para sonreír mientras se mira el móvil, para mirar este artilugio cada cinco segundos y convertirlo en el centro de tu universo. Evidentemente es un chico, alguien que le provoca tantas sonrisas como lágrimas, alguien que le acelera el alma y arranca el motor de su adrenalina, ese amor loco que todos tenemos a los veinte años, ese inocente coqueteo que abre las puertas de la máxima lujuria, ese aprendizaje sin fin en el que nos movemos y que, algún día, perece, como todo lo que vale la pena en esta vida, ese amor que te deja porque anoche se bebió unas copas de más y se perdió entre los pechos de una chica de la noche y ha comprendido que no está preparado para atarse. En definitiva, algo que sólo se siente de un modo frenético, a esa edad.

En la esquina, sentado solo, hay un chico algo más mayor. Tendrá unos 28 años. Vestido de chaqueta y corbata, se desabrocha la misma con desdén, quizás con ansias de deshacerse de esa vestimenta que ya requieren cuando vamos soplando las velas de la tarta. Resopla y mira el reloj, buscando que llegue esa hora exacta en la que por fin llega a casa, va al gimnasio y está con los suyos. Su imagen es el vivo retrato de una responsabilidad no deseada, pero asumida.

Justo detrás de este chico, hay una señora mayor con su nieta pequeña, la cual habla con su abuela sin parar, contándole todo lo que ha hecho en el colegio, con un gran entusiasmo, se llama entusiasmo por vivir. Porque cuando uno no ha vivido, tiene miles de preguntas y muchas incógnitas que merodean constantemente por su pequeña cabeza, esa que quiere experimentar el futuro, sin saber que éste llegará de todas maneras. La abuela ríe a carcajadas. Sí, se lo que estáis pensando, ella está en otra fase. Se nota que su vida se llena cuando su nieta le relata lo que ha aprendido en clase, o le revela sus grandes sueños, esos que cambiarán a medida que la vida le demuestre cuáles serán sueños y cuáles realidad.

Y entre tanta gente, cada una con sus circunstancias e historias personales, yo, una pasajera más, pero no menos importante. Una figura insignificante para ellos, que les agradece haberme servido de inspiración. Soy una silueta que observa y aprende, porque todavía queda en mi algo de esa niña que cuenta sus sueños a su abuela y al mundo. Aún conservo esa pasión por vivir y experimentar mucho más.

Nunca dejéis de observar, porque esas respuestas que buscáis se pierden por vuestro alrededor. Y ya me despido, ha llegado mi parada, se llama "Los obstáculos están creados para obstaculizar, no para impedir. El camino continúa, siempre hacia adelante".

Esta es mi historia del autobús, ¿cuál es la tuya?...



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